En la isla a veces habitada
de lo que somos,
hay noches, mañanas y madrugadas
en que no necesitamos morir. En ese momento sabemos
todo lo que fue y será. El mundo se nos aparece
explicado definitivamente
y entra en nosotros
una gran serenidad,
y se dicen las palabras
que la significan. Levantamos un puñado de tierra
y la apretamos en las manos.
Con dulzura. Allí está toda la verdad soportable:
el contorno, la voluntad y los límites. Podemos en ese momento decir
que somos libres,
con la paz y con la sonrisa
de quien se reconoce y viajó
alrededor del mundo infatigable,
porque mordió el alma
hasta sus huesos. Liberemos sin apuro la tierra
donde ocurren milagros
como el agua, la piedra y la raíz. Cada uno de nosotros
es en este momento la vida.
Que eso nos baste.
José Saramago